El mal de montaña (enfermedad de las alturas) es un trastorno causado por la falta de oxígeno en las grandes alturas; adopta diversas formas, primero una dominante y luego otra.
A medida que aumenta la altitud, la presión atmosférica baja y el aire, menos denso, cuenta con menos oxígeno. Esta disminución en la cantidad de oxígeno afecta al cuerpo de varias maneras: aumentan el ritmo y la profundidad de la respiración, alterando el equilibrio entre los gases pulmonares y la sangre, incrementa la alcalinidad de la sangre y distorsiona la distribución de sales como el potasio y el sodio dentro de las células. Como resultado, el agua se distribuye de forma diferente entre la sangre y los tejidos. Estos cambios son la causa principal del mal de montaña. A grandes alturas, la sangre contiene menos oxígeno, provocando una coloración azulada en la piel, los labios y las uñas (cianosis). En pocas semanas, el cuerpo responde produciendo más glóbulos rojos con el fin de transportar más oxígeno a los tejidos.
Los efectos de la altitud dependen de la altura y la velocidad de ascenso. Los efectos son menores a una altura inferior de 2 200 metros, pero resultan más evidentes y frecuentes por encima de los 2 800 metros tras un ascenso rápido. La mayoría de las personas se adaptan (se aclimatan) a las alturas de hasta 3 000 metros en cuestión de pocos días, pero aclimatarse a alturas mucho más elevadas requiere muchos días o incluso semanas.
Síntomas
El mal de montaña agudo afecta a muchas personas que habitan en regiones situadas a nivel del mar y que ascienden a una altitud moderada (2 400 metros) en 1 o 2 días. Ello hace que noten ahogo, que aumente su ritmo cardíaco y se fatiguen fácilmente. Alrededor del 20 por ciento sufre dolor de cabeza, náuseas o vómitos y padece insomnio. El ejercicio físico agotador empeora los síntomas. La mayoría de las personas mejora a los pocos días. Este trastorno benigno, que no pasa de ser una simple sensación desagradable, es más común entre los jóvenes que entre las personas de mayor edad.
El edema pulmonar de las alturas, una enfermedad más grave en la que se acumula líquido en los pulmones, puede ser el siguiente paso del mal de montaña agudo. El riesgo de contraer edema pulmonar de las alturas es más alto entre quienes viven a gran altitud, especialmente los niños, cuando vuelven a su lugar de residencia tras pasar entre 7 y 10 días en zonas situadas a nivel del mar. Las personas que han sufrido una afección previa tienen más probabilidades de sufrir otra, e incluso una leve infección respiratoria, como un resfriado, incrementa el riesgo. El edema pulmonar de las alturas es mucho más frecuente en los hombres que en las mujeres. Por lo general, se produce entre 24 y 96 horas después del ascenso y es muy raro que ocurra en alturas por debajo de los 2 700 m.
El ahogo es más grave en el edema pulmonar de las alturas que en el mal de montaña agudo; incluso el menor esfuerzo produce una grave falta de aire. Es habitual que la víctima padezca tos seca, provocándole un cosquilleo al principio para que se ablande después y genere expectoración. La persona puede expectorar gran cantidad de flemas, por lo general de color rosado, e incluso con sangre. También es posible que tenga algo de fiebre. El edema pulmonar de las alturas puede complicarse rápidamente y, en pocas horas, pasar de ser una enfermedad moderada a una afección posiblemente mortal.
El edema cerebral de las alturas (la forma más grave del mal de montaña) comienza entre las 24 y las 96 horas posteriores a la llegada a un lugar de gran altitud, o bien puede estar precedido por el mal de montaña agudo o por el edema pulmonar de las alturas. En el edema cerebral de las alturas se acumula líquido en el cerebro. La dificultad para caminar (ataxia), posiblemente acompañada por torpeza en los dedos o en los movimientos de las manos, es un primer signo preocupante. Los dolores de cabeza son más intensos que en el mal de montaña agudo. Más tarde comienzan las alucinaciones, pero, por lo general, no se las reconoce como tales. Cuanto mayor es la altitud, mayor es la pérdida del discernimiento y la percepción. Los síntomas son similares a los efectos causados por las bebidas alcohólicas. El edema cerebral de las alturas puede dejar de ser una enfermedad leve para convertirse rápidamente en un trastorno de carácter mortal. Ante la sospecha de un cuadro de edema cerebral, la víctima debe ser trasladada de inmediato a una altitud inferior.
El edema de las alturas (inflamación de manos, pies y, cara) suele afectar a los excursionistas, alpinistas y esquiadores. En parte se debe a la alteración en la distribución de sales que se produce en el cuerpo a grandes alturas, aunque la actividad física extenuante produce cambios en la distribución de sales y agua incluso en regiones situadas a nivel del mar.
La hemorragia retiniana (en la retina) de las alturas (pequeños puntos de sangre localizados en la retina, la parte posterior del ojo) puede producirse al llegar a alturas incluso moderadas. Este trastorno muy raramente produce síntomas y suele desaparecer espontáneamente, excepto en los casos poco habituales en los que la hemorragia se produce en la parte del ojo responsable de la visión central (la mácula). Estas personas notan un pequeño punto ciego. En algunas raras ocasiones aparece visión borrosa en uno o ambos ojos, o incluso ceguera; estos episodios son, aparentemente, una forma de migraña y desaparecen poco después del descenso.
El mal de montaña subagudo es un trastorno inusual que se ha producido en niños de padres chinos nacidos en altitudes moderadas o trasladados hasta allí posteriormente, y también en soldados destinados a altitudes de más de 6 000 m durante semanas o meses. Este trastorno se produce debido a una insuficiencia cardíaca que da lugar a una gran acumulación de líquido en los pulmones, el abdomen y las piernas. El descenso a una altitud menor cura la enfermedad y es imprescindible para salvar la vida de la víctima.
El mal de montaña crónico (enfermedad de Monge) se desarrolla de forma gradual a lo largo de varios meses o años en individuos que habitan a gran altura. Los síntomas consisten en ahogo, letargo y diversos dolores y molestias. Es posible que se formen coágulos de sangre en las piernas y en los pulmones y que el corazón falle. El mal de montaña crónico se produce cuando el cuerpo realiza una compensación excesiva por la falta de oxígeno, produciendo demasiados glóbulos rojos. La persona queda discapacitada y muere si no se la traslada a una altitud menor.
Prevención
El mejor modo de evitar el mal de montaña es ascendiendo lentamente, utilizando 2 días para llegar a los 2 500 m y un día más por cada 350 a 700 m adicionales. Escalar al ritmo en que cada persona se encuentre a gusto es mejor que seguir un programa estricto preestablecido. Pernoctar a medio camino también contribuye a disminuir los riesgos. El buen estado físico puede ayudar, pero no garantiza que la persona vaya a encontrarse bien a grandes alturas. Se recomienda evitar la actividad física demasiado intensa durante un día o dos después de llegar al lugar de destino. Beber una cantidad adicional de líquidos y evitar la sal o los alimentos salados puede resultar de gran ayuda, a pesar de que la eficacia de estas medidas no ha sido comprobada. Deberían tomarse precauciones si se bebe alcohol a gran altura. Una bebida de este tipo consumida a grandes alturas parece tener el mismo efecto que dos consumidas a nivel del mar. Además, los síntomas que produce la ingesta de grandes cantidades de alcohol son similares a algunas formas de mal de montaña.
Ingerir pequeñas dosis de acetazolamida o dexametasona al comienzo del ascenso y durante algunos días después de la llegada a destino minimiza los síntomas del mal de montaña agudo. El médico puede recetar nifedipina a quienes hayan tenido graves episodios de edema pulmonar de las alturas. El ibuprofeno es mucho más eficaz que los demás fármacos a la hora de aliviar los dolores de cabeza que producen las grandes alturas. Comer frecuentemente pequeñas cantidades de alimentos ricos en hidratos de carbono es mejor que ingerir platos abundantes tres veces al día.
Tratamiento
El mal de montaña agudo leve suele desaparecer en uno o dos días, sin otro tratamiento que la ingesta de gran cantidad de líquidos para reponer los que se han perdido al sudar y respirar el aire seco.
El ibuprofeno y la ingesta de gran cantidad de líquidos ayuda a aliviar los dolores de cabeza. Si la enfermedad es más grave, suele ser beneficioso administrar acetazolamida, dexametasona o ambas a la vez.
Como el edema pulmonar de las alturas puede poner en peligro la vida, el afectado debería ser controlado exhaustivamente. A menudo resulta beneficioso resposar en cama y recibir oxígeno, pero si esto no es posible, la persona con este trastorno debería ser trasladada a una altura inferior sin demora. La nifedipina es efectiva de inmediato, pero sus efectos duran sólo unas pocas horas, y por ello, la persona gravemente enferma no debería ser trasladada de inmediato a una altitud inferior.
El edema cerebral de las alturas, que también puede provocar la muerte, se trata con un corticosteroide como la dexametasona, pero únicamente en los casos graves, mientras se prepara el traslado del enfermo a una altitud menor.
Si el edema pulmonar o el edema cerebral de las alturas empeora, cualquier retraso en el descenso puede conllevar la muerte del afectado.
Después del descenso, las personas que presentan cualquier forma de mal de montaña mejoran rápidamente. Si no es así, entonces debería buscarse otra causa de los síntomas.
Si no es factible el descenso inmediato, puede emplearse un instrumento que aumenta la presión y simula un descenso de varios cientos de metros con el fin de tratar a una persona gravemente enferma. Este instrumento (una bolsa hiperbárica) está formado por una bolsa o una tienda de tela muy ligera y una bomba que se hace funcionar manualmente. La persona afectada debe ser colocada dentro de dicha bolsa. A continuación ésta se cierra y se aumenta la presión en su interior con ayuda de la bomba. La persona debe permanecer en la bolsa entre 2 y 3 horas. Este procedimiento es una buena medida temporal (tan beneficiosa como administrar oxígeno, del que no se suele disponer cuando se escala una montaña).
A medida que aumenta la altitud, la presión atmosférica baja y el aire, menos denso, cuenta con menos oxígeno. Esta disminución en la cantidad de oxígeno afecta al cuerpo de varias maneras: aumentan el ritmo y la profundidad de la respiración, alterando el equilibrio entre los gases pulmonares y la sangre, incrementa la alcalinidad de la sangre y distorsiona la distribución de sales como el potasio y el sodio dentro de las células. Como resultado, el agua se distribuye de forma diferente entre la sangre y los tejidos. Estos cambios son la causa principal del mal de montaña. A grandes alturas, la sangre contiene menos oxígeno, provocando una coloración azulada en la piel, los labios y las uñas (cianosis). En pocas semanas, el cuerpo responde produciendo más glóbulos rojos con el fin de transportar más oxígeno a los tejidos.
Los efectos de la altitud dependen de la altura y la velocidad de ascenso. Los efectos son menores a una altura inferior de 2 200 metros, pero resultan más evidentes y frecuentes por encima de los 2 800 metros tras un ascenso rápido. La mayoría de las personas se adaptan (se aclimatan) a las alturas de hasta 3 000 metros en cuestión de pocos días, pero aclimatarse a alturas mucho más elevadas requiere muchos días o incluso semanas.
Síntomas
El mal de montaña agudo afecta a muchas personas que habitan en regiones situadas a nivel del mar y que ascienden a una altitud moderada (2 400 metros) en 1 o 2 días. Ello hace que noten ahogo, que aumente su ritmo cardíaco y se fatiguen fácilmente. Alrededor del 20 por ciento sufre dolor de cabeza, náuseas o vómitos y padece insomnio. El ejercicio físico agotador empeora los síntomas. La mayoría de las personas mejora a los pocos días. Este trastorno benigno, que no pasa de ser una simple sensación desagradable, es más común entre los jóvenes que entre las personas de mayor edad.
El edema pulmonar de las alturas, una enfermedad más grave en la que se acumula líquido en los pulmones, puede ser el siguiente paso del mal de montaña agudo. El riesgo de contraer edema pulmonar de las alturas es más alto entre quienes viven a gran altitud, especialmente los niños, cuando vuelven a su lugar de residencia tras pasar entre 7 y 10 días en zonas situadas a nivel del mar. Las personas que han sufrido una afección previa tienen más probabilidades de sufrir otra, e incluso una leve infección respiratoria, como un resfriado, incrementa el riesgo. El edema pulmonar de las alturas es mucho más frecuente en los hombres que en las mujeres. Por lo general, se produce entre 24 y 96 horas después del ascenso y es muy raro que ocurra en alturas por debajo de los 2 700 m.
El ahogo es más grave en el edema pulmonar de las alturas que en el mal de montaña agudo; incluso el menor esfuerzo produce una grave falta de aire. Es habitual que la víctima padezca tos seca, provocándole un cosquilleo al principio para que se ablande después y genere expectoración. La persona puede expectorar gran cantidad de flemas, por lo general de color rosado, e incluso con sangre. También es posible que tenga algo de fiebre. El edema pulmonar de las alturas puede complicarse rápidamente y, en pocas horas, pasar de ser una enfermedad moderada a una afección posiblemente mortal.
El edema cerebral de las alturas (la forma más grave del mal de montaña) comienza entre las 24 y las 96 horas posteriores a la llegada a un lugar de gran altitud, o bien puede estar precedido por el mal de montaña agudo o por el edema pulmonar de las alturas. En el edema cerebral de las alturas se acumula líquido en el cerebro. La dificultad para caminar (ataxia), posiblemente acompañada por torpeza en los dedos o en los movimientos de las manos, es un primer signo preocupante. Los dolores de cabeza son más intensos que en el mal de montaña agudo. Más tarde comienzan las alucinaciones, pero, por lo general, no se las reconoce como tales. Cuanto mayor es la altitud, mayor es la pérdida del discernimiento y la percepción. Los síntomas son similares a los efectos causados por las bebidas alcohólicas. El edema cerebral de las alturas puede dejar de ser una enfermedad leve para convertirse rápidamente en un trastorno de carácter mortal. Ante la sospecha de un cuadro de edema cerebral, la víctima debe ser trasladada de inmediato a una altitud inferior.
El edema de las alturas (inflamación de manos, pies y, cara) suele afectar a los excursionistas, alpinistas y esquiadores. En parte se debe a la alteración en la distribución de sales que se produce en el cuerpo a grandes alturas, aunque la actividad física extenuante produce cambios en la distribución de sales y agua incluso en regiones situadas a nivel del mar.
La hemorragia retiniana (en la retina) de las alturas (pequeños puntos de sangre localizados en la retina, la parte posterior del ojo) puede producirse al llegar a alturas incluso moderadas. Este trastorno muy raramente produce síntomas y suele desaparecer espontáneamente, excepto en los casos poco habituales en los que la hemorragia se produce en la parte del ojo responsable de la visión central (la mácula). Estas personas notan un pequeño punto ciego. En algunas raras ocasiones aparece visión borrosa en uno o ambos ojos, o incluso ceguera; estos episodios son, aparentemente, una forma de migraña y desaparecen poco después del descenso.
El mal de montaña subagudo es un trastorno inusual que se ha producido en niños de padres chinos nacidos en altitudes moderadas o trasladados hasta allí posteriormente, y también en soldados destinados a altitudes de más de 6 000 m durante semanas o meses. Este trastorno se produce debido a una insuficiencia cardíaca que da lugar a una gran acumulación de líquido en los pulmones, el abdomen y las piernas. El descenso a una altitud menor cura la enfermedad y es imprescindible para salvar la vida de la víctima.
El mal de montaña crónico (enfermedad de Monge) se desarrolla de forma gradual a lo largo de varios meses o años en individuos que habitan a gran altura. Los síntomas consisten en ahogo, letargo y diversos dolores y molestias. Es posible que se formen coágulos de sangre en las piernas y en los pulmones y que el corazón falle. El mal de montaña crónico se produce cuando el cuerpo realiza una compensación excesiva por la falta de oxígeno, produciendo demasiados glóbulos rojos. La persona queda discapacitada y muere si no se la traslada a una altitud menor.
Prevención
El mejor modo de evitar el mal de montaña es ascendiendo lentamente, utilizando 2 días para llegar a los 2 500 m y un día más por cada 350 a 700 m adicionales. Escalar al ritmo en que cada persona se encuentre a gusto es mejor que seguir un programa estricto preestablecido. Pernoctar a medio camino también contribuye a disminuir los riesgos. El buen estado físico puede ayudar, pero no garantiza que la persona vaya a encontrarse bien a grandes alturas. Se recomienda evitar la actividad física demasiado intensa durante un día o dos después de llegar al lugar de destino. Beber una cantidad adicional de líquidos y evitar la sal o los alimentos salados puede resultar de gran ayuda, a pesar de que la eficacia de estas medidas no ha sido comprobada. Deberían tomarse precauciones si se bebe alcohol a gran altura. Una bebida de este tipo consumida a grandes alturas parece tener el mismo efecto que dos consumidas a nivel del mar. Además, los síntomas que produce la ingesta de grandes cantidades de alcohol son similares a algunas formas de mal de montaña.
Ingerir pequeñas dosis de acetazolamida o dexametasona al comienzo del ascenso y durante algunos días después de la llegada a destino minimiza los síntomas del mal de montaña agudo. El médico puede recetar nifedipina a quienes hayan tenido graves episodios de edema pulmonar de las alturas. El ibuprofeno es mucho más eficaz que los demás fármacos a la hora de aliviar los dolores de cabeza que producen las grandes alturas. Comer frecuentemente pequeñas cantidades de alimentos ricos en hidratos de carbono es mejor que ingerir platos abundantes tres veces al día.
Tratamiento
El mal de montaña agudo leve suele desaparecer en uno o dos días, sin otro tratamiento que la ingesta de gran cantidad de líquidos para reponer los que se han perdido al sudar y respirar el aire seco.
El ibuprofeno y la ingesta de gran cantidad de líquidos ayuda a aliviar los dolores de cabeza. Si la enfermedad es más grave, suele ser beneficioso administrar acetazolamida, dexametasona o ambas a la vez.
Como el edema pulmonar de las alturas puede poner en peligro la vida, el afectado debería ser controlado exhaustivamente. A menudo resulta beneficioso resposar en cama y recibir oxígeno, pero si esto no es posible, la persona con este trastorno debería ser trasladada a una altura inferior sin demora. La nifedipina es efectiva de inmediato, pero sus efectos duran sólo unas pocas horas, y por ello, la persona gravemente enferma no debería ser trasladada de inmediato a una altitud inferior.
El edema cerebral de las alturas, que también puede provocar la muerte, se trata con un corticosteroide como la dexametasona, pero únicamente en los casos graves, mientras se prepara el traslado del enfermo a una altitud menor.
Si el edema pulmonar o el edema cerebral de las alturas empeora, cualquier retraso en el descenso puede conllevar la muerte del afectado.
Después del descenso, las personas que presentan cualquier forma de mal de montaña mejoran rápidamente. Si no es así, entonces debería buscarse otra causa de los síntomas.
Si no es factible el descenso inmediato, puede emplearse un instrumento que aumenta la presión y simula un descenso de varios cientos de metros con el fin de tratar a una persona gravemente enferma. Este instrumento (una bolsa hiperbárica) está formado por una bolsa o una tienda de tela muy ligera y una bomba que se hace funcionar manualmente. La persona afectada debe ser colocada dentro de dicha bolsa. A continuación ésta se cierra y se aumenta la presión en su interior con ayuda de la bomba. La persona debe permanecer en la bolsa entre 2 y 3 horas. Este procedimiento es una buena medida temporal (tan beneficiosa como administrar oxígeno, del que no se suele disponer cuando se escala una montaña).